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En el puerto de San Sebastián hay un bonito monumento de estilo neoclásico que contiene el busto en bronce de un hombre de aspecto sencillo, vestido con las ropas tradicionales de los arrantzales (pescadores) gipuzkoanos, es el Aita Mari. En su base se puede leer una inscripción en euskera, que se traduce así:
¡MARI!
DIO USTED SU VIDA QUERIENDO SALVAR A LOS NÁUFRAGOS,
Y HOY TIENE, ENSALZADO, COMO SU TUMBA EL GRAN MAR :
DUERMA CON EL SONIDO DE LAS OLAS PROFUNDAS…OH, HOMBRE ADORABLE :
HONRADAS CON SU GLORIA SAN SEBASTIÁN Y EL CANTÁBRICO.
Pero ¿Quién era Mari?
Una vida heroica y marinera
José María Zubía Cigarán nació en Zumaia en 1809, dedicándose desde muy pequeño a la pesca y embarcándose con 21 años en las flotas que iban a América. Con el dinero ganado se instaló en San Sebastián, donde se convirtió en patrón de txalupa para dedicarse a la pesca de bajura. De Mari todos dijeron que era franco, modesto y bondadoso, famoso por no delegar en otros las labores más peligrosas y cuidar de los familiares de quienes perdían la vida bajo su mando.
Pero lo realmente importante, el hecho que convirtió a Mari en un héroe para los marineros vascos, fue su desinteresada labor de salvamento. En numerosas ocasiones dirigió su txalupa a rescatar a otros marinos en apuros, sin pedir nada a cambio y movido por la necesidad de hacer lo correcto por el prójimo. Y así lo hizo hasta el 9 de enero de 1866, una fatídica jornada en el que Cantábrico se cobró la vida de 38 marinos…incluyendo a Mari, que fue sepultado por una ola mientras trataba de auxiliar a unos náufragos en la bahía de la Concha.
Un legado vivo
Este hombre al que honramos en nuestro puerto fue uno de los mayores héroes de la historia de San Sebastián, a quien más de 150 años después de su muerte seguimos honrando y recordando. Algunos inclusos mantienen vivo su legado dando auxilio a quien corre peligro en alta mar.
El 9 de enero del año 1866, hace 150 años, el mal tiempo imperaba en la cornisa cantábrica. Grandes olas y fuertes vientos amenazaban a los arrantzales que habían salido a la mar, confiados en una bonanza atmosférica que no se cumplió.
Atentos al oleaje, y conocedores de que algunas embarcaciones se encontraban faenando cerca de la costa, no fueron pocos los vecinos que utilizaron como atalayas las rocas de Urgull y los espigones del muelle para vigilar el agitado horizonte.
Fue entonces cuando con temor se divisaron dos pequeñas lanchas que, fuera de puntas, cerca de la isla, luchaban por mantenerse a flote. Se trataba de dos txalupas de Getaria -‘Elcano 1’ y ‘Elcano 2’- que intentaban entrar en la bahía. La alarma se extendió por todo el puerto, y desde las calles más cercanas comenzaron a llegar vecinos que se sumaban a quienes en sus rostros demostraban el horror del momento.
Entre todos los asistentes hubo uno que no se conformó con la actuación pasiva de la mayoría y, llamando a su gente, montó en una pequeña barca y partió del muelle con intención de ayudar a los náufragos. Se trataba de José María Zubia, ‘Mari’, al que se veía aparecer y desaparecer con su embarcación mientras controlaba el timón dirigiendo a los cuatro hombres que manejaban los remos.
En pie sobre la popa, aproximándose a los marineros, consiguieron su salvación al tiempo que se excitaban los ánimos de quienes le acompañaban en la arriesgada misión. De repente, en un momento de gran turbulencia, la barca volcó y sus cinco tripulantes cayeron al agua.
Una onza de oro
Las crónicas relatan, siendo cierto o no, que un aristócrata que se encontraba en el muelle ofreció una onza de oro para cada hombre que saliera para salvarles, siendo respondido por un viejo patrón que «en esta ciudad no se cobra por hacer esto» y al momento se reunió con varios hombres que embarcaron en una trainera. Consiguieron salvar a cuatro de las cinco víctimas del naufragio. La quinta, Mari, se perdió en la profundidad del mar. Aquel día la galerna del Cantábrico quitó la vida a treinta y ocho pescadores.
La prensa local publicó al día siguiente, firmado por Joaquín Jamar: «Hijos del mar que arrastráis vuestra penosa existencia ente los rudos embates del proceloso elemento, seguid sus huellas, imitad su ejemplo. Que la memoria de ‘Mari’ aliente vuestros esforzados corazones cuando el mísero náufrago os tienda los brazos al rugir la tempestad».
José María Zubia había nacido en Zumaia el 15 de marzo de 1809, siendo sus padres Antonio Ignacio de Zubia y Francisca de Cigarán. Tuvo seis hermanos mayores, Ana Rosa, José Antonio, Romana Vicenta, José Melitón, Josefa y Francisca Javiera y una menor, Josefa Rita.
Con nueve años ya estaba enrolado en la lancha de su padre y en 1830 se inició como marinero en la navegación a América, terminando por afincarse en San Sebastián donde destacó como experto pescador. Cuentan sus biógrafos que era de carácter franco, modesto y bondadoso, que nunca conoció maniobra peligrosa y que jamás cedió a otro los puestos más arriesgados, tanto en tierra como en mar.
En julio de 1861 rescató a varios donostiarras arrastrados por el oleaje hacia la Zurriola
Un detalle, contado en 1952 en la revista ‘Ciaboga’, refleja netamente su nobleza de alma: cuando su esposa, al fallecer, le mejoró en el testamento en perjuicio de los hermanos de ella, al conocer ‘Mari’ la decisión exclamó: «Todos por igual»… y así fue repartida la herencia.
En cierta ocasión en la que fallecieron dos de los tripulantes de su trainera, dejando viudas y huérfanos, Mari les consoló diciendo: «Mientras yo exista no penetrará en vuestra casa la indigencia». Todas las noches, al retornar de la pesca, ponía buen cuidado en separar, aún a costa de la suya, en las partillas de la lancha, las que se destinaban a sus compañeros fallecidos.
«No retrocedió»
«Su vida -escribió Joaquín Jamar-, fue una larga serie de actos de valor, de abnegación y de generosidad», en la que se sucedían escenas como la ocurrida el 22 de julio de 1861 cuando arriesgando su vida salvó, una vez más, la de algunos náufragos. Se trataba de siete donostiarras que en su lancha ‘San José’ eran arrastrados por el oleaje hacia la Zurriola.
Lo ocurrido fue descrito de la forma siguiente por el comandante de Marina de la época: «Cuando un impresionante temporal azotaba la costa… y las autoridades tomábamos las medidas que estaban a nuestro alcance… se me presentó espontáneamente el patrón de pesca José María Zubia con nueve jóvenes, solicitando permiso para ir también en auxilio de aquellos desgraciados con una chalupa de su propiedad. Accedí gustoso no sin darles anticipadas gracias por alto de tan alta abnegación. La lucha que por espacio de tres cuartos de hora tuvieron que sostener estos diez hombres, hasta el punto en que se hallaban los náufragos. Ganando el remo contra un viento huracanado y un mar horrible, sin que por un momento se les viera desmayar, es digna sin duda de un premio de consideración, pero nada es comparable con la serenidad, arrojo, sangre fría e inteligencia que demostraron durante la media hora que tardaron en poder recoger a los tres náufragos que existían cuando ellos llegaron, pues el cuarto había sucumbido ya. Sotaventeados aquellos infelices y metidos entre las rompientes de la boca de la Zurriola, sostenidos aún por los fragmentos a que se hallaban agarrados, no desistió por ello el ánimo del patrón José María Zubia y sus nueve marineros. Se metió tras los náufragos en las rompientes y durante media hora de agonía y angustia en que se encontraban las infinitas personas que presenciaban aquel alto ejemplo de humanidad, no se le vio una vez siquiera retroceder ante la inmensidad del peligro en que se hallaba, hasta que los consiguió meter en su lancha, falleciendo uno de ellos al regreso de la chalupa a puerto». Les fue concedida la Gran Cruz de Beneficencia de la Marina.
Fueron estas algunas de las proezas de este símbolo de los arrantzales donostiarras que desde pequeño se había dedicado a las faenas de la mar y que allá por 1830 se había enrolado en un mercante que comerciaba con América, llegando a conseguir algunos ahorros con los que, veinte años más tarde, pudo adquirir su propia embarcación y establecerse en San Sebastián como patrón de pesca de bajura.
Recogida de fondos
Cuando ocurrieron los hechos que ahora se recuerdan al cumplirse el ciento cincuenta aniversario, faltaban pocas fechas para la celebración de las fiestas de Carnaval, ocasión que vieron las comparsas de entonces para sumarse a los homenaje que se le venían dedicando a ‘Mari’. Se pretendía construirle un monumento en Kai Arripe y para recaudar fondos se organizó una gran fiesta en la plaza de la Constitución.
Con lo recaudado, unido a otras donaciones, los donostiarras colocaron un busto para perpetuar la memoria del popular marino. En él se podía leer el siguiente texto escrito en dialecto guipuzcoano del euskera: «Mari, aita Mari! Amaika bizi osatu zuk itxasoari. Itxasoak baña, bere amorruetan zerori ordaña. Mari, gure Mari!» (¡Mari, padre Mari! Robó usted infinidad de vidas a la mar. La mar, sin embargo, en su rabia a usted mismo tomó como pago. ¡Mari, nuestro Mari!).
El primitivo monumento fue sustituido por el actual, que es obra del mallorquín Jacinto Matheu. El original fue entregado a don Cándido Cendoya y Zubia, sobrino de ‘Mari’, quien decidió donarlo al municipio de Zumaia. El alcalde de la villa natal de José Mari aceptó la donación y el 23 de septiembre de 1900 lo colocó en un chaflán de las escuelas.
En 1901, el arquitecto José Goicoa presentó el proyecto del monumento que sustituiría al anterior, de estilo neoclásico y con un busto realizado en bronce. Para el pórtico, se utilizó piedra de sillería de Mutriku y mármol blanco de Carrara para el pedestal. La ejecución de la obra se debió a Diego Iturralde y la fundición del busto se llevó a cabo en los talleres Masriera de Barcelona.
‘Dio usted su vida’
«En el nuevo, debido a la pluma de Antonio Arzac, reza el siguiente texto: «Mari. Urikalduak salbatu nayaz eman zenduben biziya, ta gaur daukazu, goitalchatuaz obiz itsaso aundiya: lo egin zazu baga zoñuaz… o gizon maitagarriya! Onraturikan zure gloriyaz donosti eta kantauriya». (Mari. Dio usted su vida queriendo salvar a los náufragos y hoy tiene, ensalzado como su tumba, el gran mar. Duerma con el sonido de las olas profundas. Oh, hombre adorable. Honradas con su gloria San Sebastián y el Cantábrico).
La inauguración tuvo lugar el lunes 28 de octubre de 1901 y aunque en principio el Ayuntamiento había previsto dar al acto carácter de solemnidad, al final se optó por la discreción y quedó, como habitualmente se dice, en la más estricta intimidad.
La Sociedad Oceanográfica de Guipúzcoa, como prueba de su simpatía hacia la gente de la mar, se hizo cargo del cuidado del monumento y a partir de 1988 cada 9 de enero celebra un breve acto de homenaje. El 5 de diciembre de 1917 la ciudad puso su nombre a la calle que hasta entonces había sido conocida como Frente al Muelle (Kaiaurreko-kaia).
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